La trampa griega

Arash, un iraní católico, viaja con su perro. Fotografía: Daniel Rivas.

La crisis de refugiados amenaza con enquistarse en Grecia mientras la UE y Turquía deciden su futuro

Son las 2 de la mañana y tres vecinos de Chios vigilan la costa desde una colina. Uno de ellos comienza a gritar y señala hacia la derecha: en el agua, a pocos metros de la playa hay una mancha negra. La oscuridad es absoluta pero ha visto algo en el mar.

Es un bote neumático. Corren ladera abajo hacia la barca sin encender ninguna luz. Solo escuchan murmullos en la distancia, cuando las voces se intensifican, encuentran a 50 personas en la arena. Están de pie, juntos, como un rebaño de ovejas. La barca ya ha desaparecido.

Los voluntarios acompañan a los refugiados hacia un almacén del paseo marítimo donde guardan ropa seca. Un niño llora, no encuentran ropa de su talla. Y un anciano se sienta en una silla a esperar a que alguien le ayude. Toula, una voluntaria de Chios, solloza y repite: “Llevo seis meses sacando a gente de la playa y no puedo evitar llorar cada noche”.

Durante las últimas semanas de febrero y las primeras de marzo, más de 800 refugiados desembarcan cada día en la isla. En cambio, en el ferry que conecta con el puerto del Pireo, en Atenas, solo pueden viajar un centenar al día. El número de tickets disponibles solo aumenta hasta los 400 el domingo.

Tras desembarcar y cambiarse de ropa y de zapatos, los refugiados son desplazados en autobús al centro de registro de Vial, donde pasan la primera noche antes de ser trasladados a alguno de los otros cuatro campos de la ciudad: el puerto, la playa de Souda, la fábrica abandonada de Tabakika o la iglesia de Dipethe.

Algunos conectan sus teléfonos móviles para avisar a sus familiares de que se encuentran bien. La cobertura de sus tarjetas turcas llega a esta isla de Grecia, a solo 7 kilómetros del país otomano.

En el suelo de almacén del puerto quedan 50 pares de zapatillas mojadas y llenas de arena. Los viajeros de hoy eran todos afganos menos un iraní. Minutos más tarde vendrá otro bote y las cajas de ropa volverán a estar desordenadas. En el año 2016, se han ahogado en el mar Egeo aproximadamente 354 personas según la Organización Internacional para las Migraciones. El grupo de hoy ha arriesgado la vida pero, desde suelo griego, su viaje continúa.

El paréntesis

En Chios, las salidas se difuminan. Tras el cierre de la frontera de Macedonia el 9 de marzo y las limitaciones para viajar en ferry, los refugiados se registran en las islas para pedir asilo. Arash, un iraní católico, viaja con su perro hacia Alemania donde vive su hermana. Tardó cuatro día para poder comprar los billetes que le llevaron hacia el continente.

En su paso por la isla durmió en el campo de refugiados del puerto, que acoge ahora mismo a unas 270 personas. El centro es una carpa blanca, alargada, situada junto a la autoridad marítima, donde las familias duermen sobre esteras y se tapan con mantas. En el centro de la sala hay estufas para calentar el ambiente.

En los otros campos de refugiados se reparten el resto de gente, hasta alcanzar el número de aproximadamente 2.400 personas. El mismo día que se celebra la reunión entre la Unión Europea y Turquía, en Chios las instalaciones gestionadas por Acnur están casi al máximo de su capacidad. Esta isla del Egeo ha multiplicado casi por seis el número de inmigrantes en apenas tres semanas. El 26 de febrero, Chios alojaba a 500 personas, ansiosas por coger un barco hacia Atenas. Hoy, son casi 3.000.

Arash, el refugiado iraní que desea compartir Alemania con su hermana, va ahora camino de la frontera. Durante su estancia en Chios, sus días pasaron entre las horas de espera para desayunar, comer y cenar. Esta rutina, cubierta por cuatro cocinas voluntarias, está en riesgo debido a el cierre de la frontera. Los refugiados, aproximadamente 43.700 en Grecia, son 8.700 en las islas del Egeo y el número crece a diario. Las ONG que gestionan la alimentación, en su plan de futuro, estudian cómo mantener las tres comidas diarias.

“Gracias por haber cruzado Europa para ayudarnos”, reflexiona Mario, un argentino de origen griego que está de visita en la isla, cuando habla con los miembros de la cocina guipuzcoana Zaporeak proiektua, que prepara comida para los refugiados desde hace una semana. Antes de la solidaridad internacional, el pueblo griego hizo frente a la crisis humanitaria con sus propios medios.

En una borda, situada en una pequeña cala de Chios, vive una pareja joven. Ellos vigilan cada noche la costa. Empezaron casi por obligación, en verano: “Nuestro perro oía los motores de las zodiacs y empezaba a ladrar, no dormimos una noche entera durante julio y agosto”. Cuando los refugiados encallaban en su playa, los dos vecinos de la isla les dejaban sus propias ropas secas y, una cabaña para descansar antes de ir caminando hasta el puerto y coger el ferry.

En Chios, cada día, los cooperantes se reparten el trabajo. Hay vecinos de la isla que cocinan para los refugiados; también, alemanes, suizos o vascos. A la vez, Salvamento marítimo del País Vasco vigila el mar y, los voluntarios de todas partes del mundo controlan desde tierra la llegada de barcas. Mientras Europa y Turquía preparan su reunión de hoy, los habitantes de Chios se mentalizan de que, después de 10 meses de crisis de refugiados en Grecia, ellos tienen que salir a la calle cada día para ayudar.

El reportaje fue publicado originalmente en euskera el 19 de marzo en Berria.

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