Jamal Alkaed, a puñetazos contra la guerra de Siria

Jamal en su gimnasio de Atenas. Fotografías: Javi Julio.

Jamal Alkaed era boxeador profesional en Siria, pero huyó cuando el régimen y los rebeldes le exigieron que les entrenara para el combate

A Jamal se le hizo pequeño el cuadrilátero. Los soldados de Bashar Al Asad entraron en su gimnasio de Damasco y le exigieron que formara a las tropas. Casi al mismo tiempo, las fuerzas rebeldes llegaron con la misma petición. Le achicaron el aire y se zafó antes de quedar atrapado en el ring: huyó de Siria.

No quiso elegir rival y terminó en un edificio ocupado de Atenas. Ahí le robaron el dinero con el que había conseguido escapar. No importó su torso musculado, sus manos como palas y su pasado como boxeador profesional.

Un año y medio después de huir de su país, Jamal Alkaed se presenta vestido con un buzo azul de trabajo. No hay rastro de los guantes, los calzones y los botines con los que antes se ganaba la vida. En la actualidad, trabaja en el Victoria Social Center, un edificio gestionado por la ONG española En red SOS Refugiados donde ayudan a las personas migrantes en la capital griega.  

Durante el día, su rutina es un continuo subir y bajar escaleras. Pero cuando pasa por el segundo piso su mirada se detiene en una puerta cerrada: ahí está el gimnasio. Y Jamal espera a sus alumnos.

Dentro del pequeño aula, el boxeador se sube al cuadrilátero y, como hizo en el pasado, no busca enemigos. “En la guerra, me tantearon porque pensaban que les enseñaría a ser mejores soldados. Pero yo no quería tener las manos manchadas de sangre. Así que cerré mi gimnasio y me marché a Europa”, rememora Jamal. Llevaba 18 años entrenando a deportistas.

Su viaje estuvo condicionado también por la sospecha. Primero llegó a Hama, de donde tuvo que marcharse cuando entró Daesh y quiso reclutar a los varones. Después, en Idlib, fue detenido por los yihadistas del Frente al Nusra: “Pasé tres días en la cárcel donde me interrogaron sobre quién era y por qué quería abandonar la lucha en Siria”, explica el deportista. Un hombre atlético, de 45 años, y que trataba de huir del país solo era sospechoso para todos los bandos de la guerra.

En la frontera con Turquía, los soldados de ese país mataron a balazos a tres personas mientras cruzaban. “Fue delante de mis ojos”, relata Jamal. No pudo evitar esta vez la sangre ni los golpes de la guerra, que durante cinco años había esquivado en Damasco.

En la capital siria, en cambio, se quedaron su mujer y sus dos hijos, una niña de 14 años y un chico de ocho: “Están en un lugar seguro”, apunta el boxeador.  

 

 

Boxear para evitar pensar en el mañana

Jamal viajó sin ellos porque tenía miedo del camino. Pensaba que le iban a pasar “cosas muy malas”, reflexiona. Y no quería que su familia sufriera. Como si hubiera esquivado un golpe, levanta la cabeza y habla con orgullo de su gimnasio actual: “Todo lo que ves, lo he hecho yo con mis manos”, apunta.

El aula es una habitación fría, con las paredes pintadas de blanco y un póster cuadrado de dos metros de lado de una película de acción con el título en griego. Dice que le ayuda a motivarse. De las paredes cuelgan unas espalderas hechas con madera de palé. Hay una bicicleta estática en el medio de la sala. Y en el cuadrilátero, las cuerdas se sujetan con tubos de PVC. “Solo puedo ser fuerte porque sé que mi mujer y mis hijos no han tenido que sufrir el trayecto hasta Grecia”, añade el boxeador.

Jamal inauguró el gimnasio hace tres meses y, a pesar de que es gratuito, todavía no tiene muchos alumnos. Al mediodía, unas diez chicas vienen a practicar: “Quieren estar en forma y además aprenden cómo defenderse”, argumenta el preparador.

Además en su día a día, Jamal alterna el entrenamiento con su trabajo en el Victoria Social Center. Aunque no duda en cambiarse el buzo azul por el chándal si alguien quiere hacer deporte. “No son muchos porque nadie quiere quedarse en Atenas, todo el mundo piensa en seguir su viaje”, reflexiona.   

Aun así, en la capital griega miles de personas esperan durante meses que se resuelva su petición de asilo. “Es como una puerta cerrada”, detalla Jamal y “muchos jóvenes ven las drogas y el alcohol como la única salida. Sienten que no hay nada que hacer y que no tienen otra alternativa que ir a la plaza a pasar el tiempo”, concluye.

De esta forma, el boxeador sirio abre las puertas de su gimnasio con la esperanza de que esos chavales dejen de estar en la calle y se escurran entre las cuerdas del cuadrilátero. Sabe que no es una solución a largo plazo: “Necesitaría toda una jornada, durante muchos días, para ayudar a alguien a dejar la droga”, explica. Pero cree que si se pelean sobre ese ring, quizá no lo hagan borrachos en las calles. “Con el boxeo, pueden soltar todo lo malo que llevan dentro”, añade.

Jamal entrena solamente a un puñado de muchachos y sabe que ninguno piensa en competir en Grecia. Su objetivo, en cambio, es mucho más simple: “Quiero que se entretengan y no piensen en qué va a pasarles mañana”, resume.  

 

El entrenador de las segundas oportunidades

Con 18 años, Jamal empezó a pelear en los campeonatos nacionales de Siria. No recuerda exactamente cuántos combates ganó porque olvidaba rápido la victoria y pensaba solo en el siguiente. Eso sí, sabe que perdió muy pocas veces.

En esa época, pesaba 63 kilos: “Era útil ser ligero porque podía moverme rápido y lanzar el brazo con fuerza”, narra el deportista.

Justo al contrario, cuando llegó a Atenas recibió un golpe que limitó sus movimientos: como le habían robado en la casa ocupa, no podía pagar al traficante para que le llevara a Alemania.

Jamal, ambidiestro, usó la misma defensa que le había llevado hasta Grecia: no quería elegir enemigos ni sangre en sus manos. Por eso, cada tarde se encuentra con residentes de Single Men, el edificio ocupa donde durmió en sus primeros días en la ciudad. El boxeador, en esta ocasión, solo alarga el brazo para entregarles la comida que sobra de la cocina que la ONG vasca Zaporeak gestiona en el Victoria Social Center.

“Antes nadie quería hablar con los migrantes que viven en el Single Men”, argumenta el deportista, “porque el sitio tiene muy mala fama”. Por su parte, además de charlar con ellos también les intenta convencer de que se apunten al gimnasio. “Quiero que dejen atrás su vida donde solo hay tiempo para las drogas”, afirma.

Jamal sonríe de manera coordinada después de contar algo triste. De vez en cuando, se mira las manos grandes, hinchadas de trabajar. Y resume su visión del boxeo: “Es por diversión, entre amigos, nunca por luchar”.

Este artículo fue publicado originalmente en el suplemento Papel de El Mundo, el 13 de abril de 2018.

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