En el Mediterráneo, sin Frontex y con la hostilidad de los guardacostas libios, los rescates son cada vez más complicados
Frente a las costas de Libia, un bote de madera lleno de migrantes, un barco de rescate y una zodiac. Es un rescate rutinario del Sea Watch 2, el buque de salvamento de la homónima ONG alemana. Desde el puente de mando, el capitán ve aproximarse a los guardacostas libios. Navegan muy rápido, directos hacia ellos, las proas de ambos navíos apuntan hacia el mismo rumbo. Pasan de largo. Por apenas unos centímetros, los barcos no colisionan.
El Sea Watch 2 había recibido una comunicación por parte del centro de coordinación y rescate marítimo de Roma. Había un barco con migrantes que necesitaba ayuda. Estaban a 20 millas náuticas de tierra; era el 10 de mayo, las 08:00. “Nos dijeron que haríamos el rescate con los guardacostas libios. Nos pareció raro porque no suele ser así”, añade Borja Olabegogeaskoetxea, jefe de máquinas del Sea Watch 2.
La tripulación desplegó la zodiac y se acercó hasta el bote: “Les explicamos a los migrantes que les íbamos a rescatar y llevar a un lugar seguro. Entonces vimos venir a los guardacostas a todo trapo y tuvimos que salir de ahí”, narra el marino eibarrés.
A continuación, los oficiales libios transfirieron a la gente del barco de madera al guardacostas y pusieron rumbo de vuelta a Trípoli. Al llegar a puerto, mandaron un email para felicitarse por la operación de rescate de aproximadamente 350 personas.
Según las leyes del mar, la acción fue ilegal: estaban fuera de las 12 millas náuticas donde Libia puede ejercer su soberanía. “Fuimos testigos de una devolución en caliente. Y pusieron en riesgo nuestro propio barco: si el buque de guerra nos hubiera impactado, nos habría rasgado el casco como un abrelatas”, apunta Olabegogeaskoetxea.
Los guardacostas libios también enviaron ese email a Frontex, la guardia europea de fronteras, al centro de coordinación de Roma y al cuartel general de la misión militar europea Sophia, que lucha contra el tráfico de personas.
A pesar de las circunstancias, todos fueron informados porque “Libia hace un esfuerzo monumental en mostrar que está haciendo los deberes”, argumenta Ane Irazabal, periodista, que ha visitado hace unas semanas a la guardia marina del país.
Los deberes tienen una contrapartida y hay que justificarlos: la Unión Europea aprobó en febrero 120 millones de euros para entrenar y dotar de equipamiento a los guardacostas libios. Se les traspasa así la responsabilidad de detener a los barcos de migrantes que se hagan a la mar. A su vez 10,8 millones más se destinarán a ayuda humanitaria.
Irazabal se pregunta: “¿Europa es consciente de con quién está firmando?”. Y responde: “Hablar de guardacostas libias no tiene sentido. No hay una organización como tal, cada ciudad tiene soberanía sobre sus aguas y sus propias unidades”.
Tras el derrocamiento y asesinato de Muamar al Gadafi en 2011, el país está dividido en dos parlamentos, en ciudades que funcionan como estados, con milicias y tribus enfrentadas.
“Hay oficiales de guardacostas infiltrados en las mafias. Saben de donde salen los botes y les dejan pasar”, explica Irazabal.
La persecución de Frontex
Borja Olabegogeaskoetxea lleva desde finales de octubre de 2016 rescatando gente en el Mediterráneo. Antes lo hizo en la isla de Quíos, en Grecia, con la ONG vasca Salvamento Marítimo Humanitario (SMH).
Pero ahora ve un cambio en la forma de actuar de Frontex. “Cuando encontramos un bote les llamamos, es el protocolo. Y no aparecen, no envían sus barcos”, argumenta.
El 6 de mayo, tocaron todas las puertas posibles pidiendo ayuda. En el Sea Watch 2 había 290 personas que habían sido rescatadas; en el mar, ocho embarcaciones de goma más. En cada una pueden viajar de 160 a 180 personas. “Les dimos las coordenadas a Frontex porque nuestro pesquero estaba lleno, no podíamos ni maniobrar. Y solo estábamos nosotros en la zona”, narra el marinero eibarrés.
La tripulación del barco de rescate pudo dar a dos de los botes una señal automática de seguimiento. Gracias a eso confirmaron que habían vuelto a Libia. “Pero podemos decir con certeza que más de 960 personas han desaparecido: los otros seis, entre los que había embarcaciones con el motor roto o sobrecargadas”, explica el jefe de Máquinas del Sea Watch 2. “Frontex no apareció. Tuvimos que dejar atrás a toda esa gente”.
El barco de Olabegogeaskoetxea pasó 56 horas con los 290 rescatados a bordo. El resto de equipos marítimos de la zona también encontró a cientos de personas y por eso tardaron en ir a socorrerlos.
Un antiguo compañero de SMH, Íñigo Mijangos, fue convocado a Bruselas junto con otros grupos de rescate a principios de abril. La reunión era para encontrarse con Frontex. Las ONG querían enfrentarse a las críticas que desde finales de 2016 ha vertido su director, Fabrice Leggeri, contra ellos. Entre las acusaciones, ha insistido en que los voluntarios actúan como efecto llamada o que trabajan en connivencia con las mafias.
La guardia europea de fronteras no se presentó. Mandaron a “alguien de la oficina de exteriores para la región de Libia e hicimos una videoconferencia con Adriano Silvestri, de la agencia de derechos humanos”, señala Mijangos.
Él salió de allí convencido de que “Europa va a hacer todo lo posible para no dejarnos usar los barcos en los rescates”. En el Mediterráneo, gran parte de los salvamentos los realizan las ONG porque los buques de la misión de Frontex no se alejan más de 60 millas náuticas de las costas italianas.
“La UE quiere que el Mediterráneo sea visto como una frontera natural peligrosa. Piensan que cuantos más mueren, menos lo intentarán”, sentencia Mijangos. En 2016, se ahogaron aproximadamente 5.000 personas, según la Organización Internacional de las Migraciones. En los cinco meses de este año, 1300.
El reportaje fue publicado originalmente en euskera el día 18 de mayo en Berria.