El tesón antifranquista de Aquilino

Fotografía del archivo personal de Aquilino Gómez

Aquilino Gómez en Lastres, Fotografía de Carlos Losa

Tras la segunda guerra mundial, el PCE encomendó a 30 hombres desembarcar en Asturias para sublevar a la población y forzar la intervención aliada. Uno de ellos, Aquilino Gómez, cuenta ahora por qué fracasó esa misión y las siguientes.

En el pequeño puerto de Lastres, en Asturias, la marea pugnaba con el Pourquoi-Pas?, un pesquero francés. A veces les zarandeaba cerca del espigón y otras les mandaba de vuelta a mar abierto. La nave, donde viajaban aproximadamente 30 milicianos del Partido Comunista de España (PCE), estaba a la deriva porque un cabo se había enganchado en la hélice. Si conseguían desembarcar, propagarían una nueva guerra contra Francisco Franco.

Aun así, en la madrugada del 28 de enero de 1946, el último combate por España estaba secuestrado por una cuerda suelta.

El sol levantaba poco a poco el velo nocturno que les había camuflado desde que zarparon, el día anterior, de la localidad vasco francesa de San Juan de Luz. Estaba amaneciendo. Solo quedaban unos minutos antes de que alguien los viese a la deriva. “La corriente nos sacaba del puerto y estábamos perdidos”, narra Aquilino Gómez Fernández, pasajero del Pourquoi-Pas? y uno de los últimos testigos vivos de la misión.

En la bodega del pesquero viajaban escondidos los milicianos de la Agrupación Pasionaria. Eran veteranos de la Guerra Civil y de la resistencia en Francia. Y se habían ofrecido voluntarios para esta misión. Desde su partida, tuvieron mala mar y no pudieron desembarcar en la playa asturiana de La Isla (Colunga), su objetivo original. Los combatientes pensaron incluso en “encallar el barco en el arenal, que estaba casi desértico”, explica Gómez con una lucidez magnífica a sus 98 años, en su casa de Burgos. Pero tampoco. Entonces se arriesgaron a entrar en el puerto de Lastres.

El desembarco en Asturias se había gestado como un nuevo intento por reconquistar España tras el fracaso de la invasión del Valle de Arán. La estrategia, en esta ocasión, iba a ser más sutil. El PCE no quería movilizar a su ejército (según estimaciones, en esos años había más de 13.000 maquis en Francia) sino infiltrar a los hombres en la población para reavivar las ascuas de la guerra.

En el Pourquoi-Pas? también viajaron Casto García Roza y el citado Gómez Fernández. Ellos no eran milicianos, no iban a subir al monte. El partido les enviaba para asumir la dirección del comité de Santander, Asturias y León. En Gijón les esperaba Celestino Uriarte, uno de los ideólogos de la Revolución de 1934. Juntos restaurarían el comité del PCE, que había sido detenido meses atrás.

García, Gómez y Uriarte también recibieron la orden del general Enrique Líster para establecer “un cuartel comunista estable” en el Principado. Desde allí, “derrocaríamos al dictador”, argumenta Gómez.

El optimismo era palpable en los combatientes del Pourquoi-Pas? La idea de entrar en Asturias envalentonaba a la brigada, recuerda el militante comunista: “Los camaradas sentían que, tras derrotar a Hitler, era el turno de Franco”. En frente de ellos esperaba una tierra, un pueblo, donde confiaban reclutar al ejército del norte. “El Principado era perfecto para escaramuzas por sus montañas y valles. Y creíamos que los obreros nos recibirían como a héroes”, reflexiona Gómez.

En su libro Memorias, Santiago Carrillo escribió sobre esta ansia de reconquista. El líder comunista creía que si la guerra civil resurgía, aunque fuese en una sola provincia, las potencias vencedoras cruzarían la frontera.

28122012. Aquilino. Guillermo Rivas. Burgos. Veterano guerra.

Aquilino en su casa de Burgos, 2013. Fotografía de Guillermo Rivas Pacheco

Órdago a los aliados

En la bocana de Lastres, la tripulación del Pourquoi-Pas? casi tocó con las manos la escalerilla del espigón. “José Barreiro, al que llamábamos Cartucho porque era bajito y muy luchador, estuvo muy cerca de agarrarse”, señala Gómez. El desembarco pasó por sus manos.

Iñaki Muguerza Mendizabal, pescador de San Juan de Luz y patrón del barco, intentó acercarles otra vez más, pero la marea estaba cada vez más baja. En ese momento de indefensión, empezó a sonar una campana desde Lastres. Era la señal de auxilio de los marineros en tierra. “Creían que, en verdad, éramos un pesquero en riesgo”, recuerda Gómez.

El sol salía, inexorable. Y el barco estaba inmovilizado por una maroma. Cuatro hombres de la Agrupación se ofrecieron para remar con tres chalanas (barcas de fondo plano) hasta el puerto. Querían utilizar los botes de los pescadores para que desembarcase toda la unidad. Y, además, tenían que detener al vecino que hacía sonar la campana porque podía alertar a la Guardia Civil.

En una embarcación bajó Muguerza, el patrón. Iba desarmado, vestido con ropa marinera azul y descalzo. El francés consiguió llegar al puerto de Lastres. Y, cuando pisó tierra, la Guardia Civil estaba esperándole. No opuso resistencia e intentó convencer a las autoridades de que “los comunistas le habían secuestrado para que patronease el barco hasta Asturias”, narra Gómez. Esa mentira le salvó la vida porque decidieron no matarle ahí mismo.

Desde otra chalana, un comunista de Avilés apodado Tamargo y otro camarada vieron la detención de Muguerza. Por eso, cambiaron de rumbo y subieron a un monte cercano. “Se escondieron en un pajar para descansar. Les quedaban muy pocas fuerzas para correr”, relata Gómez.

En pocas horas, la Guardia Civil rodeó a Tamargo y a su compañero. El dueño del chamizo les había delatado. Los dos milicianos fueron fusilados en el acto. El avilesino agonizó. Recibió catorce balas y rogó por su muerte.

Por último, en el tercer bote se sentó, solo, un guerrillero. Tras comenzar a remar hacia la costa, la chalana “basculó y volcó”, explica Gómez. El hombre se hundió arrastrado por su macuto.

Desde la cubierta del Pourquoi-Pas? no volvieron a ver a sus camaradas. Y, en tierra, solo se distinguía a los agentes de la Guardia Civil. Esperaban, negándoles cualquier posibilidad de volver a casa. En ese momento, uno de los milicianos pudo desenroscar con una pértiga la cuerda que bloqueaba la hélice. El motor empezó a rugir y la embarcación salió de la bocana del puerto. “La huida fue la única solución”, rememora, 66 años después, Gómez.

La Agrupación Pasionaria cruzó el Cantábrico para amarrar el Pourquoi-Pas? en San Juan de Luz. Después de un viaje de ida y vuelta a España, esperaron hasta la noche para entrar sigilosamente. Descargaron todo su equipaje (armas y propaganda) y se escondieron hacinados en un chalé en el barrio de Santa Bárbara. Bajo ese techo, Santiago Carrillo se había despedido de Aquilino Gómez y de Casto García, antes del viaje, con un abrazo.

Tapadera en el sur de Francia

Un mes después de la misión de Lastres, en febrero de 1946, Gómez se instaló en el sur de Francia, en Gincla. En el pueblo pirenaico, el PCE mantenía una empresa maderera, una tapadera para entrenar a los combatientes.

Antes de subir a la montaña, el comunista había viajado a Toulouse con su camarada Casto García. Los dos se reunieron con la dirección del partido para informarles del desembarco frustrado. En el encuentro, Carrillo se mostró defraudado porque confiaba en esa nueva vía para entrar en España, con material y hombres, sin pisar los Pirineos. El dirigente le recriminó a García que no se hubiese lanzado al agua para retirar el cable de la hélice. Enfrentó su indecisión con el valor de los oficiales soviéticos que iban en cabeza cuando “cruzaban los ríos helados de Polonia en su avance hacia Berlín”.

Estas mismas palabras se escucharon en 2011, en Madrid, en el salón de la casa de Carrillo. Gómez las recuperó para censurar el comportamiento de su antiguo líder en esa reunión. Después de tantos años, el ex secretario general del PCE tensó la voz y reconoció “lo bruto” que había sido con su compañero de filas.

Nuevo plan

En Gincla, Gómez esperaba una nueva oportunidad de entrar en España con la Agrupación. Esta vez, la unidad quería capturar alguno de los camiones de pescado que iban desde San Sebastián hacia el sur. Su plan era disfrazarse de agentes de la Guardia Civil para dar el alto a los conductores. Y, después, dirigirse a Asturias.

La Agrupación cruzó la frontera durante la noche del 25 de febrero de 1946. Estaban más cerca de la sublevación soñada. Pero, mientras avanzaban a tientas por la oscuridad del monte, Aquilino Gómez tropezó con una rama y se dislocó el tobillo: “Como estábamos cerca de Francia, les dije a los camaradas que me valdría por mí mismo para volver. No quería ser una carga en su avance”, narra el miliciano.

El resto de la unidad descendió de las montañas de Navarra “esquivando las poblaciones hasta llegar a Noáin, al sur de Pamplona, el último día de febrero”, explica el historiador Valentín Andrés Gómez, que publicó un trabajo sobre la operación. En la localidad, la Agrupación secuestró dos camiones y obligó a sus chóferes a conducir hacia Asturias.

Sin combustible

En el paso montañoso del Puerto del Escudo, que da acceso a Cantabria desde la Meseta, los vehículos se quedaron sin combustible. Los combatientes tuvieron que cargar el macuto de nuevo a la espalda.

Cuando los maquis desaparecieron, uno de los chóferes rellenó el depósito de su camión con una lata de gasolina que había ocultado y condujo hasta Ontaneda (ya en Cantabria) para alertar a la Guardia Civil. Desde ese momento, empezó una persecución entre los agentes y la treintena de miembros de la Agrupación.

Durante esa aventura por los montes, los fugados burlaron, como cita el historiador cántabro, “fuerzas de las comandancias de la Guardia Civil de Burgos, Santander, Bilbao y Gijón, así como algunos refuerzos de la Academia de Torrelavega”. Incluso resistieron una nevada tan intensa que impidió los movimientos de la Benemérita.

Finalmente, solo siete hombres sobrevivieron a la misión. Tres de ellos llegaron a Asturias y se incorporaron a una unidad guerrillera que ya operaba. En cambio, los otros cuatro se quedaron en Cantabria y lucharon con la Brigada Machado, activa hasta 1957.

Aquilino Gómez cruzó a España por la zona pirenaica catalana, a mediados de marzo de 1946. Tras cinco noches de travesía, llegó a Girona y, desde ahí, viajó hasta Barcelona disfrazado de “señorito: afeitado y con zapatos limpios”, recuerda. El comunista entró en la ciudad condal el 1 de abril, Día de la victoria. Siete años después de la guerra, todavía era evidente “el miedo en el rostro de los barceloneses”, apunta.

Gómez en la plaza Catalunya de Barcelona, disfrazado de señorito. Archivo de Aquilino

Gómez en la plaza Catalunya de Barcelona, disfrazado de señorito. Archivo de Aquilino

Un mes después, tras recibir instrucciones en Madrid y en Bilbao, Aquilino Gómez llegó a Gijón. En la ciudad esperaban Celestino Uriarte y Casto García para restablecer el comité del norte. Gómez se encargaría de la rama de Agipro (agitación y propaganda). De esta forma, imprimió las publicaciones del partido como Mundo Obrero, entre otras. Transmitió a España la voz y el aliento de los líderes exiliados.

Dos años después de que los hombres dejaran de matarse en Europa, Gómez intentó que los guerrilleros asturianos se uniesen a una lucha lejos de las montañas. “Les expliqué que había que infiltrarse en el sindicato vertical, en la universidad o abandonar las armas”, recuerda.

Esta reflexión sirvió para constatar el cambio de época: la guerra había terminado y habían perdido. No iba a venir nadie a ayudar después de haberles esperado siete años. “Los maquis habían sido unos héroes, se habían jugado la vida” –señala el militante comunista–, “pero no querían oírme hablar de volver a la vida corriente. Decían: Estamos tocando el triunfo con nuestras manos”.

Bajo el manto de la diplomacia, Europa creó un mundo donde el dictador español no estorbaba. En una carta de Winston Churchill a Franklin D. Roosevelt, el 4 de junio de 1944 (dos días antes del Desembarco de Normandía), el primer ministro británico fijó su posición: “No siento mucha simpatía hacia Franco, pero no quiero tener una península ibérica hostil a los británicos después de la guerra”.

Frente a este nuevo escenario, los miembros del partido en Asturias indagaron sobre las fuerzas opositoras activas. Querían unir a todos los militantes nacionales del antifranquismo para impulsar la revuelta social. Y encontraron a hombres comprometidos que tenían un perfil discreto.

Un domingo de agosto, en Gijón, en la fábrica del republicano Ramón Lastra, se reunieron los representantes políticos que respondieron a la propuesta. En el taller estaban Rogelio Suárez Inciesta, líder asturiano de las Juventudes libertarias; Elio Fernández Inguanzo (hermano de Horacio, miliciano y después diputado en la democracia) de las Juventudes Socialistas Unificadas y un miembro de UGT. El PCE envío a la asamblea a Gómez: “Ese día fundamos el primer comité español de Alianza Democrática”.

La nueva plataforma no tuvo tiempo para actuar. En septiembre, cinco meses después de llegar a Gijón, Aquilino Gómez fue detenido. Un infiltrado le delató y la Guardia Civil le capturó en el portal de la casa de su madre. “Corrí para escaparme, pero un sargento me alcanzó y oí amartillar el gatillo de su pistola: me quedé completamente quieto”, recuerda.

En esos primeros días de encierro, Gómez sufrió palizas en los calabozos. “No querían información, ya sabían todo sobre nosotros, era puro sadismo”, argumenta. Tras muchas horas de tortura, uno de los guardas dejó su pistola en una mesa y le dijo: “Defiéndete si tienes cojones”. Gómez no disparó, ni siquiera intentó coger el arma.

Condena de 31 años de cárcel

El dirigente de Agipro fue condenado por su participación en la Guerra Civil, por auxilio a la rebelión y por cruzar de forma clandestina la frontera. Le sentenciaron a 31 años de cárcel. También entraron en prisión Celestino Uriarte y Casto García, los otros dos miembros de la troika asturiana y el resto de la organización en las comarcas.

Uriarte fue trasladado después a la cárcel donostiarra de Martutene, de donde se fugó a Francia el 28 de febrero de 1950. García nunca llegó a salir de Gijón. Murió torturado por los agentes y su cuerpo fue abandonado en un jardín. Y Gómez, durante trece años, pasó por las celdas de las prisiones de Burgos y el Dueso (Cantabria). En esta última estancia coincidió con Iñaki Muguerza, el patrón del Pourquoi-Pas?, quien se salvó del paredón, pero no de los barrotes, por su participación en Lastres.

Aquilino Gómez salió de la cárcel cántabra el 17 de diciembre de 1958. Durante los años de cautiverio, el mundo había seguido su camino, inmisericorde con quienes quisieron cambiarlo.

Charles de Gaulle reconoció oficialmente el Gobierno de Franco casi un año más tarde, el 16 de octubre de 1959. Francia, la tierra de exilio, se hermanó con el dictador. Solo tres meses después, Dwight D. Eisenhower, presidente de los Estados Unidos, sellaba el apoyo al régimen, al generalísimo, con un abrazo en la base aérea de Torrejón. Dos enemigos que se abrazaban. Dos nuevos aliados. “Los comunistas no supimos reaccionar ante la Guerra fría: la tercera guerra mundial”, argumenta.

Desde su retiro en Burgos, Gómez recuerda esas fechas como una nueva derrota colectiva. Aun así, él, que perdió la Guerra Civil, que no vio a los aliados cruzar los Pirineos y que fracasó en los espasmos de la reconquista de España, termina su relato animado. “Perdimos, pero luchamos por nuestros ideales en nuestra tierra. Retrasamos tres años la Segunda Guerra Mundial y liberamos Francia. Y todavía nos presentamos voluntarios para desembarcar en Lastres”, concluye.

Aquilino y Nanci, su compañera. Foto: Guillermo Rivas

Aquilino y Nanci, su compañera. Foto: Guillermo Rivas

Aquilino falleció el 2 de septiembre, con 98 años. Fue enterrado con la bandera republicana mientras los asistentes al funeral recitaban la Internacional. Este texto trató de honrar su recuerdo.

Publicado en El Periódico de Catalunya, en el suplemento Más periódico, el 23 de junio de 2013. En PDF: 1, 2, 3

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3 Respuestas a “El tesón antifranquista de Aquilino

  1. Hola Daniel, soy Carlos, el sobrino-nieto de Aquilino, que nos conocimos ayer en el Tanatorio. Me habían mandado el enlace de este reportaje publicado en El Periódico, pero hasta que hoy no volví al curro no lo había podido ver con calma, percatarme que era tuyo y al intentar verlo completo (en la web de El Periódico no se puede) he dado con tu blog. Está fenomenal, el blog y el reportaje. Además me he llevado la grata sorpresa de que la foto inicial aquí es una que le saqué yo durante un paseo en lancha por la costa de Lastres hace ya ni me acuerdo los años…

  2. Todo es según el color del cristal, después de una guerra hierros a que había desgarrado a los españoles, estos querían volver a liarla para l la faena, héroes de que? Querían seguir con el fusil, porque no íes gustaba la lucha diaria pir el sustento como todo hijo,de vecino. Así que lo de heroes, suena a chiste .

  3. Angomol: la puñetera verdad. El problema es que en la conciencia de los familiares de aquella guerra fractricida . especialmente por parte de los «rojos» , es seguir con la quiemera de ganarla. No tienen en cuenta del sufrimiento de lo que se pasó por parte de uno y otro bando, ¡Joder! llevamos 79 años a cuestas y aún estamos con estas batallitas. ¿qué esperamos, volver a revivir todo aquello? Odio residual que hy en día no viene a cuento, pues todos están ya en el más allá jugando al tute unidos.

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