Aquilino decidió que no quería vivir más. Nancy, su mujer, acababa de morir. Y sin ella, sin su compañera a la que había cuidado durante los últimos años, sentía que era su turno. Tenía 98 años y le pidió a su médico, en su casa de Burgos, un final digno. Pero eso es ilegal.
Aquilino Gómez Fernández fue valiente porque era su naturaleza. En la Guerra Civil peleó por sus ideales, por el comunismo que había aprendido en Asturias, su tierra natal. Lo suyo fue una pelea constante. Salvó la vida cuando huyó del cerco a Santander, en 1937. Y cuando cruzó a Francia, se montó en un tren hasta Perpiñán para entrar en Cataluña. Pidió doble ración de balas y trincheras para detener el franquismo.
Después de nuestra guerra, fue miembro de la resistencia comunista en Francia. Y, tras la contienda mundial, se ofreció voluntario para liberar España. Aquilino había perdido la Guerra Civil y no pudo saborear la victoria en París. La prosa histórica del general De Gaulle apartó del podio a los partisanos españoles. Aun así, los comunistas estaban entusiasmados por derrotar a Franco.
Aquilino regresó a España y volvió a perder. Fue detenido en Gijón en septiembre de 1946 y estuvo doce años en prisión, en Burgos y en Santoña. En ese tiempo, Europa y Estados Unidos se olvidaron de la dictadura española. La libertad, que fue defendida por tantos soldados, fue derrotada por los negocios.
En Burgos, Aquilino pasó los últimos treinta años de su vida junto a su mujer Venancia (Nancy) López Álvarez. Ella falleció el 20 de julio; él, hace dos días. La pareja se había conocido en el penal de Burgos. Aquilino cumplía condena y Nancy visitaba a los presos políticos para darles su apoyo. Ella iba a menudo a la cárcel, como si fuese un ritual, porque en esas rejas estuvo su padre antes de ser fusilado. El cuerpo de ese maestro republicano descansa, difuminado entre miles de huesos, en la fosa común de Estepar.
Aquilino pidió más dignidad ante la muerte porque no le tenía miedo. Solo le asustaba el deterioro mental y físico. Su cuerpo robusto, sus manos hábiles y fuertes se resentían un poco después de 98 años de esfuerzo. Su mente, en cambio, era ágil. Por eso se preparó para el final. No quiso ser una carga para su familia, no quería morir de pura inconsciencia. Aquilino se despidió libre y valiente porque era su naturaleza.
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